Al ver personas como Elena, no puedo eludir mi empatía y solidaridad, pero tampoco puedo dejar pasar la oportunidad de preguntar: ¿Qué está pasando por su mente ahora, en qué están pensando? Tuve acceso a los pensamientos de Elena, ella aún con lágrimas en el rostro, y la pesadez en su corazón me dijo: “ahora sé que lo amaba, tuvimos una vida normal, con discusiones y cosas, a veces nos faltamos el respeto y nos dañamos, pero no era por falta de amor: simplemente no supimos vivir. Nadie nos enseñó a hacerlo correctamente…”
Palabras muy profundas las de Elena; una y otra vez podemos ver el drama de hermanos que se separan por discusiones, familias que se fragmentan, amigos que se dejan de hablar por malos entendidos, en fin, un sin número de fracturas relacionales, todas ellas dolorosas. ¿Cuántas veces hemos sido cómplices, o artífices de un asesinato? No me refiero al asesinato como tal, hablo de esas relaciones que hemos matado, esas personas que hemos dejado dolidas, esas muertes que hemos causado y recibido en nuestro corazón, la mayoría de veces por ignorancia. Como la misma Elena lo dijo, no era falta de amor, era falta de conocimiento lo que nubló los años al lado de su esposo. Una vez más, es la falta de conocimiento lo que nos lleva a la ruina. Una vez más no se trata de conocimientos filosóficos, científicos o humanistas, sino de conocimientos básicos para la vida. ¿Cómo podemos llegar a conocerlos? ¿Cómo podemos llegar a alcanzar la pericia en nuestras relaciones? ¿Cómo podemos aprender a vivir?
“Hoy pongo al cielo y la Tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige pues la vida, para que vivan tú y tus descendientes” Deuteronomio 30.19
Dios nos hace un llamado y con ello nos ofrece lo que al fin de cuentas todos buscamos: Vida.